Solo lo disfruto unos pocos días al año y no sé explicar lo que me aporta, pero el mar se me hace indispensable.
En cualquier tiempo y lugar de costa disfruto tanto la suave playa tranquila como el abrupto acantilado, el redentor baño frío del Atlántico como el cálido paseo al atardecer del Mediterráneo, la plácida soledad de nadar y nadar alejándome de la playa como la inestimable presencia familiar en la orilla, los incansables juegos con mis hijos, de energía inagotable como el reposado tiempo de lectura a la sombra de una cerveza.
Desde hace unos años, añado a esto el placer de correr cerca de él, a pesar de venir de correr con diez grados más siempre acuso al principio la desaforada humedad que me hace sudar sin parar, es lo que tiene ser de interior. Este año, en la Costa del Sol tocaba mirar hacia adentro, se veían los montes cercanos y me dispuse a buscar un circuito curioso con vistas a la Maratón de Montaña de septiembre.
Siempre temprano, salida de la zona de costa, atravieso el parque de Calahonda, ya estoy sudando y mi ritmo es bueno.
En dieciséis kilómetros y a pesar de ir hacia la sierra paso junto a dos campos de golf y varias urbanizaciones de lujo, estoy cerca de Marbella, no hay duda.
Sigo subiendo, atravieso la autopista por un paso elevado, veo una ermita en lo alto y un par de cerros de los de subir a fuerza de piernas...y brazos.
Sobrepasado el primer escollo, doy la vuelta por la última urbanización, ya colgada en lo alto de la Sierra, paso por la charca donde al parecer, vive un aligator, yo no lo vi ningún día.
Segundo cerro salvado, la vista de toda la Sierra de Mijas es preciosa y diferente de la sobreexplotada línea de costa.
Ahora ya sí, esprintando hasta alcanzar la Ermita.
La bajada es relajada, el calor comienza a apretar y siempre se agradece la sombra de los eucaliptos al alcanzar de nuevo el parque.
Repito foto, pero la sensación de acabar un buen entreno así no tiene precio, dieciséis kilómetros, 800 metros de D+ y unos cien minutos después, con todo el día por delante.